berriak
“Hemos de manejar la pintura mural, el hierro forjado, la madera, la cal,
con los que indudablemente puede conseguirse el ambiente propio
de un templo de montaña como el que se proyecta”.
Memoria del proyecto de Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga
Los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga, elegidos para diseñar el nuevo edificio que debería construirse sobre la antigua Basílica, tuvieron que tener en cuenta el entorno geográfico en el que iba a edificarse y las funciones que necesitaba cumplir. Por ello idearon una iglesia con aspecto recio y robusto, como las montañas que la rodean, y con un interior preparado para servir para el culto de la comunidad franciscana y dar acogida a la gran cantidad de peregrinos que se daban cita en el Santuario.
Para el interior los arquitectos se decidieron por una planta de cruz latina por considerarla “la genuina del templo cristiano”. Está formada por una nave longitudinal de 17 metros de ancho, casi 30 metros de largo y 17 metros y medio de alto. Esta nave está rodeada de catorce capillas, siete a cada lado. La nave transversal tiene 10 metros de ancho, 31 metros de largo y 20 metros de alto.
Los coros coinciden en altura con el camarín de la Virgen. Estos espacios están situados en los extremos opuestos de la nave longitudinal. La primera planta del coro tenía capacidad para 117 padres y 100 cantores. La segunda planta del coro, que cubre una pequeña parte del perímetro de la primera, podía albergar hasta 210 colegiales. El espacio que queda por encima de ambos coros y hasta el techo lo ocupa el órgano.
En cuanto al camarín de la Virgen, por su valor material y afectivo para los guipuzcoanos, Sáenz de Oiza y Laorga decidieron conservarlo tal y como estaba en la iglesia anterior.
Un elemento indispensable a la hora de idear el exterior del nuevo Santuario fue el pórtico. Debido al clima vieron necesario crear un espacio donde se pudieran proteger de las inclemencias los peregrinos. Tiene 36 metros de largo, 4 metros de ancho y 2 metros y medio de alto. Se apoya sobre siete soportes aislados y el muro cierra lateralmente la nave.
De una explanada emerge un edificio de superficie lisa con una especie de humanoides que defienden su entrada y a ambos lados de la pared se levantan dos grandes torres, y otra más apartada en el lado izquierdo, realizadas con piedras talladas en forma de diamante.
Los materiales que se utilizaron en la construcción de la iglesia fueron la piedra caliza y la madera del lugar en los revestimientos y el hormigón armado para la estructura. El objetivo principal era el de adaptar el templo al medio. Como expresaron sus propios creadores, “cabe defender una iglesia cubierta de pizarra o cualquier otro material extraño, más con ellos nunca se conseguiría un enlace ni siquiera mediocre con el paraje. Hay que distinguir entre la verdadera riqueza, la grandeza y la suntuosidad y lo que es puro alarde de ostentación fuera de tono con el ambiente del lugar y el propio tema. Magnífica puede ser una solución de mármoles y bronces, pero sería en este caso tan absurda como es el traje de etiqueta para pasear por la montaña”.
Luis Laorga nació en Madrid en 1919 y está considerado como uno de los arquitectos que impulsó la renovación de esta disciplina a mediados del siglo XX. Su figura está íntimamente ligada a la del prestigioso Francisco Javier Sáenz de Oiza puesto que trabajaron juntos en muchos proyectos. Destacan entre esas colaboraciones el proyecto de construcción de la nueva Basílica de Arantzazu y la Basílica Hispanoamericana de la Merced en Madrid. Los dos figuraron entre los principales exponentes de la Escuela de Arquitectura de Madrid que en los años 50 encabezó la vanguardia de la creación arquitectónica.
Francisco Javier Sáenz de Oiza nació el 12 de octubre de 1918 en Cáseda (Navarra) y es una de las figuras más destacadas de la arquitectura española de la segunda mitad del siglo XX. Se licenció en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1946, recibiendo el premio al mejor expediente académico. Becado por la Academia de Bellas Artes, en 1947 viajó a los Estados Unidos para ampliar sus estudios. A su regreso fue profesor de Salubridad e Higiene en la Escuela de Arquitectura de Madrid y, después, de Proyectos. En 1968 logró la Cátedra de esa asignatura y ejerció como director de la escuela desde 1981 hasta 1983.
Se dedicó simultáneamente a la enseñanza y a la creación. Su trayectoria como arquitecto supera el historicismo de la posguerra y evoluciona hacia el racionalismo y el organicismo. Entre sus obras destacan la Basílica de Arantzazu, el edificio Torres Blancas, la Torre del Banco de Bilbao, los pabellones del recinto ferial Juan Carlos I en Madrid y el Museo Oteiza en Alzuza (Navarra). En 1989 recibió la Medalla de Oro del Consejo Superior de Arquitectos de España y en 1993 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.
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