Para el cristiano la luz simboliza la vida, la salvación, la felicidad. Representa el bien en contraposición a lo que significan las tinieblas, que son lo negativo, el mal. La luz proyectada en el espacio religioso suele ser blanca, pero también puede poseer algún color. Los distintos tonos o mezclas de color son utilizados para causar algún tipo de efecto en el ambiente. Las vidrieras son las encargadas de cumplir esa función.
El proceso por el que Javier Álvarez de Eulate decoró con sus vidrieras ambos lados de la nave transversal de la Basílica de Arantzazu comenzó en junio de 1954. Verreries de Saints-Just-sur-Loire, la vidriería encargada de realizar los cristales, comunicó cuál sería el precio para cada color. Tras dos años de aparente inactividad, en 1957 vuelve a ponerse en marcha el proyecto. Los padres franciscanos realizaron una petición de exención de pago de aduanas en base al artículo 20 del Concordato de la Santa Sede, por el que todos los objetos destinados al culto católico gozan de exención tributaria. La exención llegó el 3 de abril de 1957. El pago que permitió a Eulate comenzar a trabajar se realizó en diciembre de ese mismo año y lo hicieron los franciscanos de Cuba que de esa manera quisieron hacer su aportación al nuevo Santuario.
Las vidrieras se realizaron en Metz (Francia) siguiendo los cartones que el artista les había enviado y la técnica que se utilizó para ello fue la del hormigón traslúcido o “mosaico transparente”, como el propio Eulate lo denominó, que consiste en colocar teselas de cristales gruesos de color incrustados en el cemento.