A mediados de 1952, los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga, con el beneplácito del Provincial Pablo Lete, invitaron a varios artistas a participar en el concurso por el que se decidiría quién iba a realizar la decoración pictórica de la Basílica de Arantzazu. Las personas encargadas de elegir la obra más adecuada fueron los propios Sáenz de Oiza y Laorga, el escultor Jorge Oteiza, el arquitecto Secundino Zuazo y el pintor Daniel Vázquez. Los dos últimos miembros de la Academia de San Fernando de Madrid. De los diez bocetos que presentaron a concurso, se estimó por unanimidad que solamente dos, el de Carlos Pascual de Lara y el de Néstor Basterretxea, eran apropiados para el proyecto. Se estableció que Lara pintaría el ábside y Basterretxea se encargaría de la cripta. Esto se les comunicó a los pintores en enero de 1953.
Meses antes de que la construcción de la nueva Basílica hubiera concluido, en verano de 1955, llegó desde Roma la orden que confirmó la decisión que el Obispo de San Sebastián, Jaime Font Andreu, había tomado un año antes: la decoración del Santuario fue prohibida por no ajustarse a los cánones artísticos establecidos. Todos los artistas encargados de la decoración tuvieron que acatar ese mandato.
Los años transcurrieron sin solución aparente hasta que en 1961 se decidió convocar un concurso nacional para decorar el ábside que había quedado sin terminar. Lara había muerto en 1958 y había que elegir la obra de otro artista. Se presentaron cuarenta y dos propuestas de todas las tendencias, puesto que en la convocatoria se recogía que “las condiciones del concurso no exigen labor de pincel, sino que abren posibilidades a la escultura, al hierro forjado, al mosaico, a los juegos artísticos de luces, a soluciones mixtas variadísimas”. Se acordó por mayoría otorgar el primer premio y el encargo de la obra al pintor Lucio Muñoz de Madrid. El ábside de la nueva Basílica de Arantzazu fue inaugurado el 28 de octubre de 1962.